El Mundo del Mañana es Hoy

Desde pequeña esperaba con ilusión que llegaran esos tiempos futuristas que nos describían en la tele y las películas, ese mundo en el que todos viviríamos en casas robotizadas, nos pasearíamos por el espacio como Pedro por su casa y nos rodearían miles de maravillas tecnológicas que harían nuestra vida más sencilla y placentera.

Durante mucho tiempo, el año 2000 representó la frontera del futuro según la ciencia ficción. Pero llegó 2001 y no vivimos ninguna Odisea Espacial, como tampoco parecemos ni cerca de desarrollar un policía robotizado como en Robocop.  Skynet no tomó conciencia de sí misma ni desencadenó el día del Juicio Final en abril de 2011, como se nos dijo en Terminator, y el 2019 está a la vuelta de la esquina y no hay replicantes correteando por las calles como en Blade Runner. Dejamos atrás la primera década del nuevo siglo y por lo visto ni siquiera estamos lo suficientemente maduros como para haber contactado con ninguna otra especie avanzada del universo – o eso nos han contado  😉

Dejamos atrás el viejo siglo entrando de lleno en el futuro por excelencia (el Siglo XXI), superando discretamente la crisis del milenio sin que ni tan siquiera el temido Efecto 2000 causara graves problemas, para gran decepción de aquellos que escrutamos las noticias al día siguiente para ver si algún tostador había atacado a su dueño.

Viendo las expectativas que tenían en el pasado sobre lo que hoy es nuestro presente uno no puede por menos que pensar lo equivocados que estaban… Pero nada más lejos de la realidad.

Los maravillosos avances tecnológicos de los que hoy disfrutamos se han instalado entre nosotros de forma tan gradual que casi no nos hemos dado cuenta. Un buen día, formaban parte tan integral de nuestras vidas que ya no recordábamos cómo era cuando no existían.

Y es que las cosas han cambiado mucho en las últimas dos décadas. Si pudiéramos saltar 20 años atrás nos encontraríamos un mundo mucho más diferente de lo que creemos. Se escribían cartas, porque no existía el e-mail; sólo algunos tenían ordenadores en casa y sus prestaciones eran ridículas comparadas con lo que puede hacer un Tablet hoy en día. Internet aún no existía para el ciudadano de a pie, que no alcanzaba ni a imaginar cosas como las redes sociales, los foros, los blogs, el vídeo streaming y tantas otras maravillas de las que ahora nos costaría prescindir. En vacaciones, las fotos se tomaban en carrete, con cámaras enormes, y no sé sabía si habías salido bizqueando hasta que las revelaban mucho después en un laboratorio. Para documentarse se iba a una biblioteca y las notas se tomaban a mano. Y los raros móviles que se encontraban tenían un tamaño que ahora nos parece de chiste. El SIDA era una epidemia nueva y equivalía a una muerte segura, igual que muchos tipos de cáncer, y hacía pocos años que se había trasplantado con éxito el primer corazón en España.

En 2011 todos llevamos un teléfono en el bolsillo y la mayoría no podríamos trabajar sin un potente ordenador que, además, está relacionado en gran medida con nuestro tiempo de ocio. Cuando viajamos, un aparatito nos dice la ruta y nos avisa de dónde hay que girar, asistido por satélite. Llevas miles de canciones en un dispositivo que te cabe en la mano, donde también ves vídeos que bajas de internet o puedes enseñar las 8000 fotos digitales que sacaste el pasado fin de semana con tu mini cámara. La tele de 40” te cabe en cualquier parte. Y te pueden hacer un electrocariograma por teléfono.

Es cierto que no tenemos asentamientos en otros planetas ni nuestras casas son plenamente domóticas, pero resulta que no es porque carezcamos de la tecnología, sino porque sencillamente su aplicación no ha resultado rentable. El establecimiento de una base en la luna se desestimó por la desproporción entre su coste y su utilidad, igual que el turismo espacial. El frigorífico que hace la compra cuando te quedas sin algo o el sistema de seguridad que sube y baja las persianas y alimenta al gato por su cuenta cuando estás fuera son una realidad, aunque no se hayan distribuido masivamente.

Esta es nuestra realidad, al menos si eres uno de los afortunados que vive en el primer mundo. Lo triste de nuestro progreso tecnológico al final no es lo que hemos conseguido, sino lo que hemos dejado atrás por falta de interés. No nos cabía en nuestra idea del futuro un mundo en el que aún la gente muriera de hambre o de enfermedades perfectamente curables por falta de acceso a los medicamentos. Tampoco esperábamos seguir dependiendo de los combustibles fósiles en pleno siglo XXI, más aún cuando ya existe la posibilidad de usar energías alternativas. Imaginamos que viviríamos en paz y armonía con otras razas del universo y resulta que entre nosotros mismos nos llevamos cada vez peor. Somos la contradicción entre poder y querer llevada al extremo. Pero sea como sea, el mañana ya está aquí y lo tenemos entre las manos, para usarlo bien o mal, para apreciarlo o darlo por sentado, para agradecerlo o creer que sólo es nuestro derecho.

¿Hemos tocado techo? Yo me inclino a pensar que no hacemos más simplemente porque estamos perdiendo la capacidad de maravillarnos, quizás porque se nos ha olvidado que tenemos potencial para cambiar las cosas, todos y cada uno de nosotros. Deberíamos empezar hoy, porque ya es mañana.

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